Los estudios revelan que los insectos aparecieron en la Tierra hace aproximadamente 480 millones de años, en el periodo Ordovícico, al mismo tiempo que las plantas terrestres. Dentro de las grandes familias de la clase Insecta, destaca el Meganeura, un género extinto de insectos emparentados con las libélulas actuales. Entre sus especies más importantes se encuentra la Meganeura monyi, el insecto más grande que la historia de nuestro planeta ha visto.
Se sospecha que es poco probable que habitara en entornos densamente boscosos donde sus alargadas alas se habrían dañado fácilmente. En cambio, la especie vivía en hábitats más abiertos y poseía ojos compuestos muy agrandados, hipertrofiados dorsalmente. El Meganeura monyi podía volar más rápido que las libélulas actuales, que pueden volar a 50 kilómetros por hora. También tienen una vista magnífica, ya que el 50% de su cabeza son ojos.
Esto le permitía una visión a larga distancia por encima del animal en vuelo, un rasgo que comparten con las libélulas halcón modernas. Para cazar, sacaba provecho de sus robustas mandíbulas con dientes afilados, fuertes espinas de las tibias y los tarsos, y una pronunciada asimetría torácica. Todo ello lo podemos encontrar en las actuales libélulas para capturar presas mientras vuelan.
La principal teoría es el exceso de oxígeno en la atmósfera de la Tierra en aquel entonces. Esto obligó a los insectos jóvenes a crecer más para evitar el envenenamiento por oxígeno.
Las libélulas y las cucarachas gigantes eran comunes durante el periodo Carbonífero, que duró entre 359 y 299 millones de años. Durante esta época surgieron vastos bosques pantanosos de tierras bajas en donde los niveles de oxígeno en la atmósfera eran de alrededor del 30 por ciento, es decir, casi un 50 por ciento más altos que los niveles actuales.
Según teorías sobre el gigantismo de los insectos, este entorno rico en oxígeno permitía a los insectos adultos crecer hasta alcanzar tamaños cada vez mayores sin dejar de satisfacer sus necesidades energéticas.